Hasta hace muy pocos años cualquier conocimiento sobre las bases cerebrales o biológicas de las conductas no se podía demostrar o contrastar pero, desde que se están desarrollando técnicas que registran la actividad cerebral, los estudios, tanto en grupos de personas sanas como enfermas, intentan explicar los fundamentos biológicos que tienen las situaciones sociales.
En este caso vamos a tratar de dar luz a las bases biológicas que el sentido de pertenencia tiene en nosotros, es decir, si este sentimiento o emoción tan universal en los humanos se produce porque estamos determinados genéticamente o biológicamente.
Definamos qué es el sentido de pertenencia
Todos sabemos intuitivamente, seguro que lo sientes en muchos momentos de tu vida, a qué nos referimos cuando decimos que pertenecemos a un grupo: la familia, los amigos, un grupo religioso o un club deportivo. Por tanto, el sentido de pertenencia es la emoción de identificación con un grupo determinado, es decir, la persona se siente integrada con otras, formando parte de algo en común. Normalmente se trata de grupo de iguales, como los amigos.
Puedes pensar en tu vida social y seguramente encuentras grupos a los que te sientes unido, con los que te identificas, con los que compartes ideología, religión o moral. Cuando sientes «eso» te estás sintiendo identificado.
El sentido de pertenencia está relacionado con el vínculo, que es algo más concreto y biológico porque se trata de el sentimiento de unión a otra persona, habitualmente de la familia, pareja o amistad íntima. La persona se siente unida o vinculada a esa otra persona.
Estas dos ideas no es que sean lo mismo, como ves, pero son muy cercanas y, a veces, están muy unidas en la vida cotidiana. Solemos pensar parecido a las personas con las que establecemos los vínculos íntimos y, por tanto, es muy habitual compartir el sentimiento de pertenencia a los grupos.
Buscando las bases biológicas
Actualmente se ha realizado un gran avance sobre el conocimiento del papel de algunas hormonas en nuestras relaciones sociales. En concreto la Oxitocina se relaciona directamente con la lactancia materna, es decir, la hormona que la madre la segrega cuando amamanta a su hijo. Todos tenemos esta hormona, y lo interesante es que varía su cantidad en nuestro cuerpo según las interacciones sociales que tengamos, por ejemplo, ante el estímulo o contacto físico aumenta.
Cuando se segrega oxitocina se produce una sensación de reducción del estrés a nivel cerebral y del organismo en general. ¿Qué ocurre entonces? Se reduce la producción del cortisol, una hormona que tiene el efecto contrario.
El cortisol se segrega cuando nos sentimos amenazados, asustados, abandonados, ansiosos, o sentimos miedo. Nos pone alertas, nos hace sentir angustiados, como si fuera a pasar algo malo.
Cuando estamos en un grupo y nos sentimos acogidos, comenzamos a segregar oxitocina, sentimos bienestar, nos relajamos, nos sentimos comprendidos e integrados. Pero hay algo más:
La oxitocina se segrega cada vez en más cantidades cuando las personas tienen relaciones duraderas y estables con otras personas y esto hace que los individuos se sientan mejor.
Por contra, se ha descubierto que cuando un individuo se siente rechazado socialmente o por un grupo de personas, siente estrés físico hasta el punto de que se le denomina a esta sensación dolor social.
A nivel neurológico, el rechazo social tiene la misma respuesta que el dolor físico, es decir, tienen los mismos circuitos neuronales.
Principalmente, y aunque no ahondaremos excesivamente en los nombres, la corteza cingulada anterior se activa como una alarma cuando existe algún conflicto social para la persona. Y sí, es la misma zona que se activa con el dolor físico.
Seguramente lo has sentido alguna vez, y las personas que se sienten rechazadas pueden llegar a deprimirse profundamente. Si esto le pasa a un adolescente, momento de la vida donde es más importante el sentimiento de pertenencia, a veces la sensación es tan negativa que acaba con graves problemas de conducta.
Sobre esta activación del cerebro, al producirse el rechazo social de las personas, se han realizado experimentos que demuestran que se activa la corteza cingulada anterior, la corteza prefrontal ventral derecha y la ínsula, siendo esta activación, como hemos dicho, similar a las situaciones de dolor.
Por tanto, el sentirse solo o aislado, rechazado o abandonado es percibido como dolor. Ahora ya puedes imaginar que este sentimiento de pertenencia cumple unas funciones realmente importantes: la supervivencia como individuo y el bienestar psicológico.
Desde un punto de vista evolutivo
Hay animales que son muy sociales y otros, mucho menos. Por ejemplo, los animales que viven en familias o grupos son sociales, desde los lobos a las abejas, pasando por las familias de orangutanes y gorilas.
Los humanos somos seres sociales y siempre buscamos la pertenencia a un grupo, nos hace sentir mejor, como hemos visto, pero también nos ayuda a sobrevivir.
Los grupos a los que nos sentimos unidos actualmente ya no son una manada nómada que vaga buscando alimento por la selva y entra en conflicto por la comida con otra horda. Pero, si pensamos un poco más allá, sentirnos defendidos, sentir que nuestro grupo nos ayuda y escucha cuando lo necesitamos cumple la misma función psicológica que en la edad de piedra: nos hace sentir seguros.
La edad clave para el sentimiento de pertenencia
A todas las edades necesitamos vínculos sociales e identificarnos con nuestros iguales, pero hay una franja de edad para la que este sentimiento es tan fundamental que, como hemos dicho, el no tener un vínculo adecuado con otras personas puede llevar a graves problemas: la adolescencia.
En estas edades este sentimiento también ayuda a construir la propia forma de ser, es decir, la identidad. El sentimiento de pertenencia en los adolescentes es hacia grupos de iguales o amigos, y se alejan de la familia o vínculos más cercanos. Es la época de la vida en la que este sentimiento es más fuerte y nunca vuelve a ser así de fuerte en la vida de una persona.
Como conclusión, diremos que la biología tiene mucho que ver en nuestra necesidad de sentirnos integrados en los grupos sociales, de ello depende en mayor o menor medida, nuestro bienestar psicológico y social.
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