¿Recuerdas cuando eras niño y te reprendían diciéndote que lo que estabas haciendo estaba mal? ¿Y las alabanzas que tanto buscabas y disfrutabas? ¿Te quedarías con las alabanzas? Ahí es justo donde se sitúan las bases en las que se construye el modelo de la sociedad en la que vivimos. Siempre intentamos inclinar la balanza hacia las situaciones o personas que juzgamos como buenas o positivas. Y la vida es un todo inseparable.
Nos movemos en una realidad que está plagada de dualidad. Todo es bueno o malo. Me gusta o no me gusta. Hemos perdido la capacidad de vivir las cosas por el placer de vivirlas.
Nos proporciona cierta sensación de seguridad el poner etiquetar a todo y a todos. Cuando catalogamos las cosas de ‘buenas’ o ‘malas’ sentimos que le damos sentido a nuestra realidad y que estamos respetando nuestro «sentido de la ética o de la moralidad».
Al mismo tiempo, solo con reflexionar un poco, nos podemos dar cuenta de que una misma situación o hecho es juzgado de forma totalmente diferente dependiendo de quién lo observe, y de cuál sea su origen cultural. Por ejemplo, un buen eructo es una muestra de cortesía en Arabia o en China, pero si lo hiciéramos en cualquier mesa europea sería toda una descortesía.
Al final, nuestros juicios siempre van a estar teñidos de un montón de creencias que nos alejan de la verdadera realidad, del hecho enjuiciado o de la persona que a la que señalamos con el dedo.
Te preguntarás entonces, ¿de qué sirven los juicios? ¡Absolutamente de nada!
Enjuiciar cualquier cosa o persona es un hábito adquirido, que muchas veces hacemos de forma inconsciente y que nos dificulta enormemente la vida. Y como todo hábito ha de ser observado, reconocido y, si nos merece la pena, abandonado o sustituido por otro más saludable.
Todo juicio acerca de una situación y, sobre todo, de una persona, nos hace focalizar la atención en una sola parte de esa situación o persona, y pasamos por alto la totalidad que representan. Perdiendo, por supuesto, la posibilidad de un entendimiento cordial y agradable.
Si profundizamos un poco más en lo que son los juicios, por mucho que te sorprendas, nos encontraremos con partes nuestras que no queremos mirar. ¿No te lo crees?
¡Te lo voy a explicar!
Existe un término en psicología denominado proyección que nos explica cómo las personas atribuimos a otros sentimientos, pulsiones o reacciones propias .La proyección nos explica como, al considerar todas estas cosas inaceptables para nuestra autoimagen normalmente, engalanada de perfección, preferimos otorgárselas a los demás. Entonces, desde la postura del censurador nos sentimos cargados de razón y también de inconsciencia, claro está.
¿No puedes soportar algún rasgo en la personalidad de alguna persona?
En este caso, te puedo asegurar que ese rasgo que tanto detestas es tuyo también. Puede que no sea en la misma faceta de la vida, podría ser en otro contexto, pero con toda seguridad está también en ti.
Se suele producir una especie de caricaturización del rasgo detestado para que, de esa forma, sea mucho más fácil de ver. Por ejemplo, aquel mentiroso compulsivo al que tú juzgas duramente, podría estar mostrándote una parte de ti que evita decir la verdad en muchas ocasiones. Lo tuyo es, quizá, más pequeño y se desarrolla en un ámbito diferente al de la otra persona, pero, al fin y al cabo, es una característica de ambos y tú necesitas verla en el otro para después observarla en ti.
¿No hay excepciones?
Imagino que te estarás preguntando si la mala uva de tu suegra o de tu cuñado es tuya también. Pues siento decirte que ¡SÍ! , sobre todo si te molesta mucho y si la criticas a menudo.
Quizá tu respuesta sea que tú nunca has levantado la voz, que eres una persona tranquila por naturaleza y que no soportas los gritos y el mal humor. Pues también ahí puede existir una parte de ti que, en muchas ocasiones, debido a una rígida educación, ha sido sofocada quedando reprimida. Es decir, que no has llegado a ser así por desarrollo propio sino por imposición. Y ahí está tu suegra haciendo su papel de espejo…
¿Tampoco hay juicio para los que me tratan con desconsideración?
Es muy común que cuando una persona te trata como tú crees que no mereces, sea un claro reflejo del modo en que tú te tratas a ti mismo. En muchos casos carecemos de una verdadera relación de amor propio y todo el enfado que sentimos por el ‘maltratador’ oculta, en gran medida, el malestar que nos produce la carencia de ese amor por nosotros mismos.
¿Y para el resto de las situaciones que presenta la vida?
Cualquier situación que nos presenta la vida no se presenta para ser enjuiciada. Nadie dijo que fuera así. Es solo una costumbre adquirida.
De hecho, cualquier encuentro con otra persona conlleva un juicio, en ocasiones, tan absurdo como al tiempo. Si te encuentras con tu vecino y con el saludo incluyes unas cuantas quejas acerca del frío, del calor o de la lluvia, serás mucho más normal a sus ojos que si le explicas, de entrada, lo mucho que estás disfrutando de lo que esté sucediendo, sea lo que sea.
En definitiva, por mucho que lo creamos, no somos máquinas de enjuiciar. Vivimos tan acostumbrados a hacerlo que en muchas ocasiones ni siquiera somos conscientes de que lo estamos haciendo.
Tampoco somos perfectos, sino maravillosamente imperfectos y variados, afortunadamente. Y cualquier persona, haga lo que haga, ahora o en un tiempo pasado, siempre lo hizo lo mejor que pudo, en base a como ella veía la vida en ese momento. Entonces, ¿por qué no intentar por un momento caminar en sus zapatos y comprender su situación?
Una vez más, necesitamos reducir la velocidad a la que vivimos y disponer de pequeños espacios de silencio o meditación, en los que podamos tomar distancia y observar cómo reaccionamos, cómo vivimos, cómo enjuiciamos. Y de esa forma, quizá llegar a entender que de la misma manera que nosotros necesitamos ser comprendidos y amados, tenemos la obligación de otorgar esa misma comprensión a los demás, alejando la censura de nuestra relación con ellos. Y en esto nos puede ayudar el método Crear Salud, para llevar la atención plena y la meditación a nuestro día a día. Podemos descargar la app Siente desde aquí y disfrutar de los beneficios del mindfulness y la Psicología Positiva.
Cualquier situación o persona, puede convertirse en una gran oportunidad, en ocasiones para vernos a nosotros mismos o quizá para comprender algo que antes no fue comprendido.
¡Abracemos cualquier experiencia, cualquier persona y liberémonos el juicio que no sirve para nada!
Imprecionante para mi, es una cachetada a mi manera de actuar, por supuesto sin darme cuenta hasta antes de leer este artículo.