¿Quién no desea que el mundo en el que vivimos sea diferente? Todos tenemos muchas ideas acerca de cómo nos gustaría que fueran las cosas. Por supuesto, nunca llueve a gusto de todos, por ese motivo cada cual vive sumergido en sus quejas particulares. Sin embargo, si nos paramos un momento a reflexionar sobre este asunto, nos daremos cuenta de que si queremos un cambio de verdad, nuestra mayor influencia estará en comenzar por nosotros mismos. Además de esto, también tenemos pendiente aprender a vivir sin expectativas.
Controlamos menos de lo que creemos
Vivimos guiados por la fantasía de que tenemos el control de nuestra vida. Cada paso que damos en el ahora, se basa en controlar lo que sucede o va a suceder. Siempre basándonos en lo que ocurrió anteriormente. No obstante, si somos sinceros con nosotros mismos, nos daremos cuenta de que en muchos casos, las cosas no suceden como habíamos creído. Nuestras expectativas son a menudo, insatisfechas y no nos queda más remedio que rendirnos a nuestra insignificancia.
Tanto para que nos suceda lo que deseamos, como para que no ocurra lo que no queremos, creemos que debemos de hacer algo. Aún así, la vida sigue su curso a pesar de nuestros pareceres o preferencias. Si, de vez en cuando, abriéramos la puerta a la humildad, podríamos ver la grandiosidad y precisión con que la vida se desarrolla, con nuestra intención o sin ella.
Control y miedo van de la mano
Cada vez que intentamos controlar algo siempre existe un miedo inconsciente que nos empuja. Nos falta confianza en el proceso de la vida y por eso nos afanamos en controlar todo lo que podemos. Nos creemos tan importantes que fantaseamos ingenuamente con que dirigimos el timón de nuestra vida. Además, lo hacemos convencidos de que nuestro empeño nos llevará allá donde queremos ir. Sin embargo, en muchos casos, la vida tiene planes muy distintos, casi siempre mejores que los nuestros y todo el control no nos sirve de nada.
Es fácil observar el miedo que dirige nuestro intento de controlar la realidad cuando, aunque sea por un rato, aflojamos nuestro supuesto protagonismo. El hecho de dejar que suceda aquello que tenga suceder suele darnos vértigo porque nos falta confianza en la vida. En muchas ocasiones, no obstante, hemos podido comprobar que la vida siempre juega a nuestro favor aunque las cartas que utilice no sean las que nosotros elegiríamos. Nuestro vivir sería más cómodo y placentero si nos dejáramos mecer en los brazos de la vida sin poner resistencia.
Hacer sin conciencia nos hace infelices
Las prisas de nuestra sociedad nos empujan a vivir de manera inconsciente. Hacemos y hacemos, pensamos y pensamos y no somos conscientes de ello. Nuestro hacer se convierte en algo automático y nuestros pensamientos entran, salen y se repiten a su antojo en nuestra mente. Esta manera de vivir nos conduce al desequilibrio nos demos cuenta o no.
La meditación nos acerca al fluir de la vida
Cuando nos sentamos a meditar lo primero que hacemos es aminorar la marcha a la que estamos acostumbrados. El hecho de ralentizar el ritmo de nuestro cuerpo y de nuestra mente nos harán sentir y pensar con mucha más claridad. Así mismo, cuando meditamos y logramos convertirnos en el observador de nuestras emociones y pensamientos, ponemos distancia y cesa la identificación.
El hecho de sentarnos a meditar también nos acerca al miedo que sentimos al no hacer nada. Este miedo, una vez traspasado, nos conduce a una sensación de paz interior que no tiene igual. Desde esa paz podemos comenzar a observarnos y a dejar que desfilen por nuestra mente todos aquellos pensamientos que deseen hacerlo.
Además, la meditación nos ayuda a vivir sin expectativas ni ambiciones que nos apartan del momento presente. La vida se desarrolla en el presente, en el instante en el que vivimos, y nunca más allá ni tampoco en el pasado. Por eso, la meditación nos conecta con la vida real.
Meditación para vivir sin expectativas
Este ejemplo de meditación, practicada de manera habitual, te ayudará a vivir en el momento presente y sin expectativas. Se puede realizar en cualquier momento con la condición de no ser molestado. No hacen falta más de 30 minutos aunque si es necesario que al menos le dediques 15 minutos..
Céntrate en tus sensaciones y en tu respiración
La primera parte de esta meditación es muy importante. Ante todo sé consciente de que, por fin, tu cuerpo se encuentra en estado de reposo y no necesitas hacer nada. Comienza a prestar atención a tu respiración e intenta que sea lenta y profunda. Poco a poco irás viendo como tu cuerpo comienza a relajarse. Una vez relajado, pon tu atención en todas las sensaciones que tu cuerpo experimente. Solo sé consciente, nada más.
Acepta tus sensaciones y tus pensamientos
Cuando te haces consciente de lo que sientes y piensas, es posible que rechaces parte de ese material. Sin embargo, tu papel ahora no es el de juez crítico sino el de la presencia que abraza. Acepta y observa todo lo que sientes y pienses y no le des importancia
Comprende y libera
Tras la observación y la aceptación, trata de comprender aquello que llega a tu mente. En muchos casos, te darás cuenta de que son pensamientos absurdos, repetidos y carentes de sentido o interés. Además, desde esta postura tranquila y consciente es posible que puedas entender que tus interpretaciones y expectativas no son realistas. Tras este trabajo de discernimiento libera y deja marchar todo aquello que ya hayas revisado.
Recréate en ese estado
Una vez que te hayas desprendido de tus ideas acerca de como deberían de ser las cosas, y que tu mente comience a presentarte grandes espacios en blanco, puedes empezar a disfrutar de tu meditación. Relájate en la paz que da la ausencia de pensamientos y deseos y entrégate a disfrutar de ese sosiego. Dependiendo del tiempo que tengas puedes quedarte en esta etapa más o menos rato. Solo disfruta de la paz que hayas alcanzado.
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